domingo, 4 de mayo de 2014

Palomas Mensajeras (P2)

¿Cómo lidiar con una persona fría y discreta? No lo sé, es muy complicado si te topas con una persona que parece ser hielo cuando tu eres fuego. Aquella persona que es algo que tu deseas, por una u otra razón, pero que parece estar totalmente alejada de tu alcance. ¿Terminaría este siendo el caso?

Esa casa en la montaña tenía un balcón y en dicho balcón Diana acostumbraba practicar cada día con su violín. Tocaba y tocaba sin descanso, deleitando a todo aquel que en los alrededores moraba. Era común ver una escena tipo Romeo y Julieta una que otra noche, puesto que los jóvenes se creían con el derecho de irrumpir en la paz del jardín de aquella flor.

Sin embargo, pese a toda aquella atención, la dulce niña no podía sacarse la mente a aquel joven con máscara de rata, cuyo nombre ni siquiera había conocido. Ya habían pasado dos meses y la joven no sabía que hacer, trataba de expresarse mediante pinturas, mediante la música, mediante su canto... Pero nada apaciguaba su curiosidad y su deseo.

No fue hasta una tarde que este menguó: la joven estaba parada en su balcón, como cada día a las 3 de la tarde. Un arrullo. Un sonido bastante molesto irrumpió la dulce melodía de su instrumento. Al girarse, se encontró con una paloma blanca, esta tenía un cinta verde en su pata y ponía las iniciales M. F. 

Con cuidado, Diana extendió el brazo y la paloma voló para posarse en él. El animalejo traía consigo una carta, ella desenrolló el papel a máquina y lo leyó:

"Oh, Dulce Flor que iluminas mis días y mis noches.
Oh, belleza, que no puedo hacer más que ver desde mi ventana.
Oh, ángel mío que cantas en las mañanas.
Regálame una sonrisa, mi amada"

La joven se sintió halagada, pero a la vez un poco fastidiada. No era la primera vez que recibía un recado como este, pero si la primera vez que era enviado por una paloma. Tomó un papel y con su fina letra escribió:

"Debo agradecer a Ud. Señor(?) por dicha carta, pero no me gusta tener mensajes en anonimato, si gusta podría pasar a identificarse y, así, conocernos mejor."

Ató la carta a la patita del animal y lo envió a su destino, que suponía la paloma conocía bastante bien.

La respuesta no se hizo esperar por mucho tiempo:

"Yo soy aquel, pues, que aquella noche bailó con Ud.
Quien perdió el corazón en el momento en que rozó su cuerpo.
Quien fue abandonado por su cerebro cuando escuchó su voz
Y quien sólo puede soñar con tener su atención.

Soy aquel que desea hacerla reír sin cosqillas.
Soy aquel que desea, fervientemente, besar sus labios carnosos.
Aquel que solo puede soñar,
Pues no sabe si tiene el permiso para realizar...

Siempre suyo: El Joven con la Máscara de Rata."

¡Era él! El joven que rondaba sus pensamientos desde aquella noche había ido por sí mismo a sus brazos. Pero como dama que era, la habían preparado. En ese momento la acosó el recuerdo de una gran lección que su madre le dio un día "-Hija- le decía -En el mundo hay hombres buenos, maravillosos, grandes; sin embargo, existen malos, terribles, embaucadores y burladores. Cuando elijas, debes hacerlo con pleno conocimiento y de la persona, para que no te arrepientas de nada nunca-".

Pero también recordaba una noble lección de la vida "Es mejor arrepentirse de lo que se hizo que de lo que no se atrevió a hacer", y con ese pensamiento, en vez de pensar "¿Por Qué?"  nuestra noble princesa pensó "¿Por Qué No?":

"Queridísimo joven, he de informarle que me ha halagado en todo el sentido de la palabra.
Me encantaría, de sobre manera, concertar una cita con Ud. para esta tarde.

Totalmente curiosa: Diana Dasspeed"

Sin embargo, la respuesta a esta carta no llegó, y así se mantuvo esperando día con día.


Pasada una semana, la doncella salió junto con su dama de compañía, Linne. Estaban en el mercado, mirando unas verduras cuando un jovencito pasó cerca de ellas. -Señorita,¿ me da una limosna?- les dijo el pequeño con voz tierna. Pero de pronto un enorme sujeto pasó junto a ellas quitándoles sus bolsas. El jovencito también salió corriendo, mientras las dos señoritas gritaban histéricas -¡Ladrón! ¡Ayuda! ¡Nos han robado!- Las demás damas se horrorizaron, pero unos miembros de la policía salieron en su auxilio.

Se dio una persecución bastante agitada. El ladrón era bastante hábil para correr, esquivar y trepar. No había duda de que era de la zona pues sabía perfectamente como moverse en ese entorno. Los viejos policías ya rebuznaban como asnos aplastados, cuando un joven pasó entre ellos. Este de cabellos negros y complexión fuerte pasó entre ellos. Era increíble ver como podía, simplemente, seguirle el paso al joven delincuente.

Poco rato después, el mismo joven pasó de nuevo por el área -Aquí tienen los bolsos, señores policías- Ambos abrieron los ojos como platos -¿Cómo es que lo has logrado, muchacho? ¡Ese chico era demasiado hábil y escurridizo!- El joven sonrió -Yo también soy de estos lados, aunque ahora sea un practicante*- Fue cuando lo reconocieron, era el nuevo trabajador de psiquiátrico, algo así como un doctor en entrenamiento. -Acompáñanos, la señorita seguro querrá darle las gracias a su héroe- le dijeron los policías, pero él rechazó. -Si pregunta, díganle que ha sido su joven con máscara de rata.- Ellos se rieron bajito, pero en cierto modo les hacía ilusión actuar como celestinas.

Se fueron y entregaron el bolso y el mensaje a las damas. Diana sonrió muy ruborizada, a parte de gustarle y era también su héroe, poco a poco se volvía un sueño... Un sueño que ella esperaba que durase.

La paloma no tardó en aparecer en el balcón de Diana:

"Debe tener más cuidado, mi dama, cuando deambule por el mercado, aunque sepa que cuenta con mi cuidado."

La cara de ella parecía arder, era un reflejo de la emoción de su corazón. Sólo quería volverle a ver, ahora con más razón que nunca. Mantuvieron comunicación cada día sin falta, a base de palomas con las iniciales M.F. en sus cintas de identificación. Hasta que un buen día, la joven no aguantó más y en una explosión de emoción le dijo:

"Le quiero, quiero verle, no puedo aguantar las ganas.
Necesito sentir su piel.
Quisiera ver su rostro.
Quiera recordar su sonrisa.
Por favor, hónreme con su presencia:
 esta noche en mi balcón, cuando la luna alcance su punto más alto."

Así, la paloma se fue con ese mensaje. No regresó y por eso Diana esperó. Se sentó a ver la colina del otro lado, lugar en donde se ubicaban el psiquiátrico de aquel pequeño pueblo. Ese lugar frío, espeluznante y extraño se veía acogedor durante un rato al día y ese momento era durante el atardecer, puesto que la luz rosácea del sol le iluminaba. Esta noche este espectáculo significaba algo más: El inicio de la espera por su amado, ¿por fin lo vería? Solo quedaba esperar... Esperar y ver.






¿Continuará?

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